Talált 281 Eredmények: Mira
Yo dije: «¡Ah, Señor Yahveh! Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho.» (Jeremías 1, 6)
Entonces alargó Yahveh su mano y tocó mi boca. Y me dijo Yahveh: Mira que he puesto mis palabras en tu boca. (Jeremías 1, 9)
pues, por mi parte, mira que hoy te he convertido en plaza fuerte, en pilar de hierro, en muralla de bronce frente a toda esta tierra, así se trate de los reyes de Judá como de sus jefes, de sus sacerdotes o del pueblo de la tierra. (Jeremías 1, 18)
Cómo dices: «No estoy manchada; en pos de los Baales no anduve?» ¡Mira tu rastro en el Valle! Reconoce lo que has hecho, camellita liviana que trenza sus derroteros, (Jeremías 2, 23)
Alza los ojos a los calveros y mira: ¿en dónde no fuiste gozada? A la vera de los caminos te sentabas para ellos, como el árabe en el desierto, y manchaste la tierra con tus fornicaciones y malicia. (Jeremías 3, 2)
Alza tus ojos, Jerusalén, y mira a los que vienen del norte. ¿Dónde está la grey que se te dio, tus preciosas ovejas? (Jeremías 13, 20)
Mira que ellos me dicen: «¿Dónde está la palabra de Yahveh? ¡vamos, que venga!» (Jeremías 17, 15)
Mira que por ti va, población del valle, la Roca del Llano - oráculo de Yahveh -: vosotros, los que decís: «¿Quién se nos echará encima? ¿quién entrará en nuestras guaridas?» (Jeremías 21, 13)
Pero tú no temas, siervo mío Jacob - oráculo de Yahveh - ni desmayes, Israel, pues mira que yo acudo a salvarte desde lejos y tu linaje del país de su cautiverio; volverá Jacob, se sosegará y estará tranquilo, y no habrá quien le inquiete, (Jeremías 30, 10)
Mira que yo soy Yahveh, el Dios de toda carne. ¿Habrá cosa extraordinaria para mi? (Jeremías 32, 27)
Así dice Yahveh el Dios de Israel: Ve y dices a Sedecías, rey de Judá; le dices: Así dice Yahveh: «Mira que yo entrego esta ciudad en manos del rey de Babilonia, y la incendiará. (Jeremías 34, 2)
Mira que todas las mujeres que han permanecido en la casa del rey de Judá serán sacadas adonde los jefes del rey de Babilonia, e irán diciendo: Te empujaron y pudieron contigo aquellos con quienes te saludabas. Se hundieron en el lodo tus pies, hiciéronse atrás. (Jeremías 38, 22)