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  • Y yo me puse a llorar porque nadie era digno de abrir el libro ni de leerlo. (Apocalipsis 5, 4)

  • y cantaban un canto nuevo, diciendo: «Tú eres digno de tomar el libro y de romper los sellos, porque has sido inmolado, y por medio de tu Sangre, has rescatado para Dios a hombres de todas las familias, lenguas, pueblos y naciones. (Apocalipsis 5, 9)

  • Porque ha llegado el gran Día de su ira, y ¿quién podrá resistir? (Apocalipsis 6, 17)

  • Porque el Cordero que está en medio del trono será su Pastor y los conducirá hacia los manantiales de agua viva. Y Dios secará toda lágrima de sus ojos». (Apocalipsis 7, 17)

  • El astro se llamaba «Ajenjo». La tercera parte de las aguas se convirtió en ajenjo, y murieron muchos hombres que bebieron de esas aguas, porque se habían vuelto amargas. (Apocalipsis 8, 11)

  • Porque el poder de esos caballos reside en su boca y en sus colas: sus colas son como serpientes, que tienen cabezas con las cuales hacen daño. (Apocalipsis 9, 19)

  • No tengas en cuenta el atrio exterior del Templo ni lo midas, porque ha sido entregado a los paganos, y ellos pisotearán la Ciudad santa durante cuarenta y dos meses. (Apocalipsis 11, 2)

  • Los habitantes de la tierra se alegrarán y harán fiesta, y se intercambiarán regalos, porque estos dos profetas los habían atormentado». (Apocalipsis 11, 10)

  • «Te damos gracias, Señor, Dios todopoderoso -el que es y el que era- porque has ejercido tu inmenso poder y has establecido tu Reino. (Apocalipsis 11, 17)

  • Estaba embarazada y gritaba de dolor porque iba a dar a luz. (Apocalipsis 12, 2)

  • Y escuché una voz potente que resonó en el cielo: «Ya llegó la salvación, el poder y el Reino de nuestro Dios y la soberanía de su Mesías, porque ha sido precipitado el acusador de nuestros hermanos, el que día y noche los acusaba delante de nuestro Dios. (Apocalipsis 12, 10)

  • Ellos mismos lo han vencido, gracias a la sangre del Cordero y al testimonio que dieron de él, porque despreciaron su vida hasta la muerte. (Apocalipsis 12, 11)


“Viva feliz. Sirva ao Senhor alegremente e com o espírito despreocupado.” São Padre Pio de Pietrelcina