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Entonces juré en mi indignación: Jamás entrarán en mi Reposo. (Hebreos 3, 11)
¿Y a quiénes juró Dios que no entrarían en su Reposo, sino a los mismos que le habían desobedecido? (Hebreos 3, 18)
Temamos, entonces, mientras permanece en vigor la promesa de entrar en el Reposo de Dios, no sea que alguno de ustedes se vea excluido. (Hebreos 4, 1)
Porque también nosotros, como ellos, hemos recibido una buena noticia; pero la Palabra que ellos oyeron no les sirvió de nada, porque no se unieron por la fe a aquellos que la aceptaron. (Hebreos 4, 2)
Nosotros, en cambio, los que hemos creído, vamos hacia aquel Reposo del cual se dijo: Entonces juré en mi indignación: Jamás entrarán en mi Reposo. En realidad, las obras de Dios estaban concluidas desde la creación del mundo, (Hebreos 4, 3)
y en este, a su vez, se dice: Jamás entrarán en mi Reposo. (Hebreos 4, 5)
Ahora bien, sabemos que la entrada a ese Reposo está reservada a algunos, y que los primeros que recibieron la buena noticia no entraron en él, a causa de su desobediencia. (Hebreos 4, 6)
Porque si Josué hubiera introducido a los israelitas en ese Reposo, Dios no habría hablado después acerca de otro día. (Hebreos 4, 8)
Queda, por lo tanto, reservado un Reposo, el del séptimo día, para el Pueblo de Dios. (Hebreos 4, 9)
Y aquel que entra en el Reposo de Dios descansa de sus trabajos, como Dios descansó de los suyos. (Hebreos 4, 10)
Esforcémonos, entonces, por entrar en ese Reposo, a fin de que nadie caiga imitando aquel ejemplo de desobediencia. (Hebreos 4, 11)
Porque no tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al contrario, él fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado. (Hebreos 4, 15)