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Están mis lomos túmidos de fiebre, nada hay sano ya en mi carne; (Salmos 38, 8)
¿Es que voy a comer carne de toros, o a beber sangre de machos cabríos? (Salmos 50, 13)
En Dios, cuya palabra alabo, en Dios confío y ya no temo, ¿qué puede hacerme un ser de carne? (Salmos 56, 5)
Dios, tú mi Dios, yo te busco, sed de ti tiene mi alma, en pos de ti languidece mi carne, cual tierra seca, agotada, sin agua. (Salmos 63, 2)
tú que escuchas la oración. Hasta ti toda carne viene (Salmos 65, 3)
Mi carne y mi corazón se consumen: ¡Roca de mi corazón, mi porción, Dios por siempre! (Salmos 73, 26)
«Ved que él hirió la roca, y corrieron las aguas, fluyeron los torrentes: ¿podrá de igual modo darnos pan, y procurar carne a su pueblo?» (Salmos 78, 20)
y llovió sobre ellos carne como polvo, y aves como la arena de los mares; (Salmos 78, 27)
se acordaba de que ellos eran carne, un soplo que se va y no vuelve más. (Salmos 78, 39)
han entregado el cadáver de tus siervos por comida a los pájaros del cielo, la carne de tus amigos a las bestias de la tierra. (Salmos 79, 2)
Anhela mi alma y languidece tras de los atrios de Yahveh, mi corazón y mi carne gritan de alegría hacia el Dios vivo. (Salmos 84, 3)
Por tanto ayuno se doblan mis rodillas, falta de aceite mi carne ha enflaquecido; (Salmos 109, 24)