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  • Y cuando estaba haciendo oración en el templo de su dios Nisroc, sus hijos Adremélec y Saréser lo mataron a espada y huyeron a Ararat. Le sucedió en el trono su hijo Asaradón. (II Reyes 19, 37)

  • "Vuélvete y di a Ezequías, jefe de mi pueblo: Esto dice el Señor, Dios de tu padre David: He escuchado tu oración y he mirado tus lágrimas. Te voy a devolver la salud. Dentro de tres días podrás ir al templo del Señor. (II Reyes 20, 5)

  • Y Ezequías preguntó a Isaías: "¿Cuál será la señal de que el Señor me curará y podré ir dentro de tres días al templo del Señor?". (II Reyes 20, 8)

  • Construyó también altares en el templo del Señor, del que el Señor había dicho: "Pondré en Jerusalén mi nombre". (II Reyes 21, 4)

  • Y levantó altares a todos los astros del cielo en los dos atrios del templo del Señor. (II Reyes 21, 5)

  • Y hasta puso la imagen de Aserá en el templo del Señor, del que el Señor había dicho a David y a Salomón, su hijo: "En este templo y en Jerusalén, elegida por mí entre todas las tribus de Israel, pondré mi nombre para siempre; (II Reyes 21, 7)

  • El año dieciocho de su reinado, Josías envió al templo a su secretario Safán, hijo de Asalías y nieto de Mesulán. Le dijo: (II Reyes 22, 3)

  • "Vete a ver al sumo sacerdote Jelcías y dile que reúna el dinero aportado al templo del Señor, que los guardas de la puerta han recogido del pueblo; (II Reyes 22, 4)

  • y que se lo den a los encargados de las obras del templo del Señor, para que éstos paguen a los obreros que reparan sus desperfectos: (II Reyes 22, 5)

  • carpinteros, maestros de obras y albañiles, y para comprar maderas y piedras talladas con que reparar el templo. (II Reyes 22, 6)

  • Jelcías, el sumo sacerdote, dijo a Safán, el secretario: "He encontrado el libro de la ley en el templo del Señor". Jelcías dio el libro a Safán, quien lo leyó. (II Reyes 22, 8)

  • Safán fue inmediatamente a informar al rey: "Tus siervos han recogido el dinero que había en el templo y se lo han dado a los encargados de las obras". (II Reyes 22, 9)


“Nunca vá se deitar sem antes examinar a sua consciência sobre o dia que passou. Enderece todos os seus pensamentos a Deus, consagre-lhe todo o seu ser e também todos os seus irmãos. Ofereça à glória de Deus o repouso que você vai iniciar e não esqueça do seu Anjo da Guarda que está sempre com você.” São Padre Pio de Pietrelcina