Salmos, 46

11. Dejad las armas, reconoced que yo soy Dios, por encima de las naciones, por encima de la tierra.

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El Salmo 46 es un himno de confianza en Dios, que es nuestro refugio y fortaleza en medio de las adversidades y conflictos de la vida. Afirma la certeza de que Dios está presente y activo, incluso cuando todo parece estar desmoronado a nuestro alrededor. A continuación hay cinco versículos relacionados con los temas abordados en este salmo:

Isaías 41:10: "No tengas miedo, porque estoy contigo; no te persigas, porque yo soy tu Dios; te fortalezco y te ayudo, y te apoyo con mi fiel mano derecha". Este pasaje enfatiza la presencia de Dios en medio de las dificultades y su capacidad para fortalecernos y sostenernos.

Filipenses 4:6-7: "No estás inquieto para nada; antes, todas tus peticiones son conocidas ante Dios, oración y súplicas, con Acción de Gracias. Y la paz de Dios, que excede toda comprensión, mantendrá tus corazones y tus tus corazones y tus mentes en Cristo Jesús ". Estos versículos nos instan a confiar en Dios en lugar de preocuparnos por las circunstancias adversas y buscar su paz a través de la oración y la gratitud.

Juan 14:27: "Te dejo la paz, mi paz te doy; no lo doy, lo doy como el mundo le da. Si no te pones el corazón, ni te afectan". Jesús nos promete su paz, que es diferente de la paz que ofrece el mundo, y nos anima a no estar ansiosos o asustados.

Salmo 91:1-2: "El que habita en el escondite del Altísimo, a la sombra del omnipotente descansará. Diré el Señor: Él es mi Dios, mi refugio, mi fortaleza, y confiaré en Él " Estos versículos enfatizan que Dios es nuestro refugio seguro y nuestra fortaleza inquebrantable, donde podemos descansar con confianza.

Romanos 8:38-39: "Porque estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, los directores, ni las cosas futuras, ni los potestes, la altura, ni la profundidad, ni cualquier otra criatura que nos pueda separar del amor de Dios, quien está en Cristo Jesús nuestro Señor ". Estos versículos nos aseguran que nada puede separarnos del amor de Dios, ni siquiera las adversidades o las fuerzas malvadas de este mundo.