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Como había abundantes alimentos dije a Tobías: «Hijo mío, busca entre los desterrados de Nínive, entre aquellos que se acuerdan del Señor, a uno de los más pobres, y tráelo a comer con nosotros. Espero hasta que vuelvas.» (Tobías 2, 2)
Cuando regresó a casa, el cabrito empezó a balar. La llamé y le dije: «¿De dónde salió ese cabrito? ¿No fue robado? Devuélvelo a sus dueños, pues no podemos comer cosa robada.» (Tobías 2, 13)
Entonces, muy afligido, lloré y empecé a rezar expresando mi pena. Dije: (Tobías 3, 1)
Al sepulcro le dije: «Tú eres mi padre», y a los gusanos: «Mi madre y mis hermanos». (Job 17, 14)
Pero yo, Señor, confío en ti, yo dije: Tú eres mi Dios. (Salmos 31, 15)
Te confesé mi pecado, no te escondí mi culpa. Yo dije:" Ante el Señor confesaré mi falta". Y tú, tu perdonaste mi pecado, condonaste mi deuda. (Salmos 32, 5)
Yo dije: "Que no se rían de mí, ni canten victoria si vacilan mis pasos". (Salmos 38, 17)
Entonces dije: "Aquí estoy, de mi está escrito en el rollo del Libro. (Salmos 40, 8)
Yo dije: "Señor, apiádate de mí, sáname porque he pecado contra ti". (Salmos 41, 5)
Mi corazón se estremece en mi pecho, una angustia mortal me sobrecoge; me invaden el miedo y el terror y el pavor me atenaza. Y yo dije: (Salmos 55, 6)
Y me dije: "Lo que me traspasa es que ha cambiado la diestra del Altísimo". (Salmos 77, 11)
Apenas dije: "¡Vacilan mis pies!" tu bondad, Señor, me reafirmó. (Salmos 94, 18)