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Entonces levantó su cabeza, permaneció largo rato en silencio y, al fin, el hombre de Dios se echó a llorar. (II Reyes 8, 11)
Eliseo estaba enfermo de muerte. Joás, rey de Israel, fue a visitarlo; al verlo, se echó a llorar y decía: "¡Padre mío, padre mío, carro y caballería de Israel!". (II Reyes 13, 14)
Y el Señor se irritó sobremanera contra Israel y lo echó de su presencia. No quedó más que la tribu de Judá. (II Reyes 17, 18)
Por eso el Señor rechazó a toda la raza de Israel, la humilló y la entregó en manos de saqueadores, hasta que la echó de su presencia. (II Reyes 17, 20)
hasta que el Señor echó de su presencia a Israel, según lo había predicho por boca de sus siervos los profetas. E Israel fue deportado de su país a Asiria hasta nuestros días. (II Reyes 17, 23)
Saúl dijo entonces a su escudero: "Desenvaina tu espada y traspásame con ella, no vengan esos incircuncisos y se burlen de mí". Pero su escudero no quiso, pues tenía mucho miedo. Entonces tomó Saúl su espada y se echó sobre ella. (I Crónicas 10, 4)
Cuando el escudero vio que Saúl había muerto, se echó también sobre su espada y murió con él. (I Crónicas 10, 5)
Sesbasar vino y echó los cimientos del templo de Dios en Jerusalén, que se viene reconstruyendo desde aquel día hasta el presente, pero aún no está terminado. (Esdras 5, 16)
Los jefes del pueblo se establecieron en Jerusalén. El resto del pueblo echó a suertes para que uno de cada diez viniese a habitar en Jerusalén, la ciudad santa, quedando los otros nueve en las ciudades. (Nehemías 11, 1)
Ragüel entonces se levantó, lo abrazó y se echó a llorar. Después le dijo: "Bendito seas, joven, hijo de un padre tan bueno. ¡Qué pena que un hombre tan honrado y tan caritativo se haya quedado ciego!". Abrazó de nuevo a Tobías, y se puso a llorar. (Tobías 7, 6)
Tobías recordó entonces las palabras de Rafael. Sacó de su talega el hígado y el corazón del pez y los echó en el brasero del incienso. (Tobías 8, 2)
A buena hora se pusieron en camino y llegaron a la boda. Al entrar en casa de Ragüel, encontraron a Tobías sentado a la mesa. Se levantó y saludó a Gabael, que se echó a llorar y lo bendijo así: "¡Hombre bueno y honrado, hijo de un hombre honrado, justo y limosnero! Que el Señor te bendiga con bendiciones celestiales a ti, a tu mujer, a su padre y a su madre. Bendito sea Dios, que he visto a Tobías tan parecido a mi primo Tobit". (Tobías 9, 6)